Pocas ciudades han sido consideradas dignas de ser habitadas por los dioses, más habituados a las esferas celestes que
a los dominios humanos. Teotihuacan es una de ellas, y para haber alcanzado el rango de ciudad mítica tuvieron que transcurrir
mil años de civilización que hoy se respiran entre sus amplias avenidas que marcan los rumbos del universo y cuyo esplendor
emana de plazas y pirámides de proporciones colosales.
Estudios arqueológicos han mostrado que Teotihuacan era, 600 años a.C., una aldea que comenzó a elaborar objetos de piedra
pedernal obtenida de la zona. El excedente de este producto permitió un incipiente intercambio con otras regiones y posteriormente
establecer un eficiente comercio y agricultura planificada a partir del siglo II a.C. Desde entonces los conocimientos desarrollados
por las culturas preclásicas fueron concentrándose en torno a un centro político y religioso que duraría hasta el siglo IX
de nuestra era. El grado de refinamiento y difusión de la cultura teotihuacana ha sido calificado como la época Clásica en
la América meridional.